os que tienen su filosofía pero no son filosóficos...
“No habrá nunca una puerta”dijo el ciego.“Estás adentro” repetía.“No tiene anverso ni reversoni externo muro ni secreto centro”
Deseos por Irene Gitelman
Aquella noche de fiesta
la princesa tehuelche
entrega su alma
a un fuerte guerrero para siempre.
Mira al cielo azul diamante
las estrellas resplandecen
cual gemas de una tiara.
Las nubes mansas
avanzan sobre los picos nevados,
se confunden y dibujan
figuras fantasmagóricas.
En el sitio sagrado
los indios danzan frenéticos
otros tocan instrumentos tribales.
El cacique implora a la luna,
las mujeres gimen.
Una hoguera crepita
chispas de colores.
El perfume de los arbustos
Humedecidos los impregnan.
La pobre cautiva angustiada
espera su rescate.
Todos la ignoran,
un perro solitario
se acerca y lame sus manos,
ella sonríe, porque
ambos ansían cariño.
No comprende esta cultura,
paciente desea volver a los suyos.
La fiesta pagana se esfuma.
Otro amanecer se vislumbra
promesa de buenos augurios….
Elizabeth tenía dieciséis años cuando su padre salía todos los fines de semana a cazar perdices. Le gustaba acompañarlo, iba con él y con su perro de caza.
La temporada de caza comenzaba en mayo.
Salían a la madrugada casi siempre los dos solos. En esa oportunidad, Pepe, su padre, invitó a un amigo.
Cuando asomaba el sol tomaban la escopeta, cargaban bolsos para poner las perdices y salían rumbo al campo.
Ese día llovía, el campo estaba desierto pero ellos igual intentaban hacerse de buena caza. Salieron a las seis de la mañana y llegaron al borde del arroyo.
Papá me parece que hoy no tenemos suerte— dijo Elizabeth. Hay poca caza, seguramente no salen por el tiempo— le contestó él. El amigo de Pepe se adelantó, se distanciaron y lo perdieron de vista. Pepe le pidió a la hija que fuera a buscarlo porque tenía la sospecha que le había pasado algo.
Ella lo encontró entre los pastizales, le extendió la mano, él se tiró sobre ella. La reacción de la muchacha fue rápida y certera, apuntó hacia su agresor y le dio un balazo en la pierna.
Camino en la mañana soleada de otoño por calles desiertas. Solamente las cruza algún gato flaco y otros juegan con su propia sombra. Una gata de ojos soñadores amamanta a sus crías.
Voy despacio, sin prisa, entre construcciones pequeñas con puertas de ornamentadas rejas y vidrios de colores, que despiden reflejos en el sol mañanero. Por momentos me agacho para mirar en su interior: lo adornan costosos jarrones con flores, cortinas bordadas, antiguos portarretratos y crucifijos de reluciente plata. La mayoría está coronada por bellas esculturas de ángeles y angelotes de protectoras alas. Todas blancas en el aire puro.
Algunas de hallan en ruinas por el paso del tiempo, con sus ladrillos centenarios cayendo sobre sí mismo. Ninguna flor las alegra.
Pasa un hombre en bicicleta con una escalera al hombro, una viejita de mantilla negra de caminar tembloroso y dos jóvenes bullangueros con sendos ramos frescos y coloridos.
Oigo rumores. Se mezclan voces lejanas alrededor mío, risas y llantos. Siento el hálito de mujeres de otros tiempos…
Cruza junto a mí Mariquita Sánchez con paso lento debido a sus años. Imagino que irá a San Isidro, a la casona donde reinó en saraos con lo más granado de la sociedad patricia; o quizás se dirige a su casa de la calle Florida, donde a principio de siglo se cantó el himno por primera vez. Ese glorioso piano espera mudo en el Museo de Historia en Parque Lezama.
Oigo pasos leves y creo ver a Camila O´Gorman, que sollozando suavemente se pregunta, ¿por qué Manuela Rosas no pudo salvarme como me prometió? Le daría cobijo en la Casa de Retiros Espirituales, donde también hay un piano mudo que le había mandado su amiga.
Mi corazón asombrado ve pasar a Felicitas Guerrero, envuelta en vaporosas gasas; va camino al templo que levantaron sus padres en Barracas, donde oficiarán una misa por su alma.
Ya más cercano en el tiempo, escucho el caminar ligero de Victoria Walsh: seguramente se dirige al Tigre, donde la espera su padre Rodolfo. Recostados en el césped, juntos leerán escritos políticos y proclamas, viendo correr, allá abajo, las aguas mansas color marrón.
Todas ellas amaron y fueron amadas.
Hoy las escucho y las veo en estas callecitas blancas de sol.
Y sigo caminando por la Recoleta como una turista más, entre tumbas monumentales y cipreses que crecen hasta el cielo.
María Rosa Lojo, ingeniosa, inteligente, severa crítica de las políticas y costumbres; desarrolla en este cuento, con magistral habilidad, el encuentro de dos personajes, dos épocas y dos muertes autoprovocadas.
Vicky y Dominguito: hijos de grandes prominentes, abandonados por ellos, se encuentran en un mágico momento.
Los separa un siglo pero los hechos y sucesos son casi similares.
Hablan de luchas fratricidas, injusticia social, ideales. Ambos indignados con la autoridad.
No reconocidos por sus características, impulsados por sus padres a esa lucha sin destino.
Se inmolan por sus propios sueños y metas.
Se buscan para ampararse y protegerse.
El paisaje ribereño pone un marco de oro a esta historia.
Diálogos fluidos y profundos.
Leerla es ingresar en un mundo fantasioso y ampliar nuevos conocimientos ocultos por el tiempo.
Como dice Jorge Manríquez.
Nuestras vidas son los ríos
Que van así dar en la mar,
Q’es el morir.
Irene Gitelman
"Aquella mujer hablaba de su mente como algo sin reposo" Armonía Somers