jueves, 22 de septiembre de 2022

 



Ni una menos por Amalia Alaimo 


  Elizabeth tenía dieciséis años cuando su padre salía todos los fines de semana a cazar perdices. Le gustaba acompañarlo, iba con él y con su perro de caza.

  La temporada de caza comenzaba en mayo. 

  Salían a la madrugada casi siempre los dos solos. En esa oportunidad, Pepe, su padre, invitó a un amigo. 

  Cuando asomaba el sol tomaban la escopeta, cargaban bolsos para poner las perdices y salían rumbo al campo. 

 Ese día llovía, el campo estaba desierto pero ellos igual intentaban hacerse de buena caza. Salieron a las seis de la mañana y llegaron al borde del arroyo.

 Papá me parece que hoy no tenemos suerte— dijo Elizabeth. Hay poca caza, seguramente no salen por el tiempo— le contestó él. El amigo de Pepe se adelantó, se distanciaron y lo perdieron de vista. Pepe le pidió a la hija que fuera a buscarlo porque tenía la sospecha que le había pasado algo.

 Ella lo encontró entre los pastizales, le extendió la mano, él se tiró sobre ella. La reacción de la muchacha fue rápida y certera, apuntó hacia su agresor y le dio un balazo en la pierna.  


 




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