viernes, 9 de noviembre de 2018


      Notas sobre "El aire" de Sergio Chejfec 
                                      por Nilda Alaimo
     Hay en el texto un paralelismo entre su fracaso amoroso y los problemas de una ciudad en crisis social. 
    Comienza con la partida de su mujer, Benavente sin aclarar los motivos del abandono, pero sí de sus consecuencias. Sólo una notita pasada bajo la puerta que le produce el dilema entre seguirla o esperarla.
     Hay morosidad en la narración por el tiempo que vive el protagonista desde que se ve forzado a vivir solo y cuenta su cotidianeidad desde entonces. Es como un tiempo suspendido en el presente y exiliado del futuro. El futuro es irreal. ¿Se cuestiona cuánto dura el presente? Y al ver bajando el ascensor y ver pasando los pisos, se cuestiona si la repetición es la medida del presente.
     Habita su presente en un departamento vacío porque para él el tiempo y el espacio están vinculados contiguamente pero discernibles y autónomos. La ausencia física de ella puede ser provisoria, pero su efecto es permanente.                                                                 Su cotidianeidad se va trastocando a medida que la ausencia de su mujer se hace más concreta: el trabajo, las comidas, los vecinos… El espacio donde vive se le vuelve apretado y extraño.
    Sin embargo Barroso está caracterizado por una combinación entre desidia e impaciencia. De ahí la manera prolongada de leer los diarios que tiene como finalidad partir el presente, ofrecer como histórico lo que él percibe como repetición sin fin. Esa lectura de diarios viejos tomados al azar lo alejan de la actualidad obligatoria, cuyo vacío es imposible de superar. Se hunde así en un tiempo irreal donde el presente pierde vinculación  con el pasado, la única señal del avance del tiempo es el hambre o la lectura de los diarios.
   De ahí su manía de calcular magnitudes se extrema para llenar su ausencia o responderse preguntas existenciales o absurdas como por ej. Medir la distancia en tiempo y espacio entre el balcón y el punto amarillo (Benavente) donde desapareció. Mira por la mirilla de la puerta y ve el espacio como una proyección de su soledad, como una proyección de sí mismo. Se pregunta cuál será el caudal de agua que corre por las cañerías, le produce sorpresa ver la impermeabilidad de su piel bajo la lluvia. Su presente interesado en las magnitudes era continuo y agotador aunque no tenía ningún interés científico. Le servían para calmar su angustia y su melancolía impaciente.
     Es así que, así como su departamento tienen lugar las discontinuidades de sus afectos debido a la ausencia de Bena (Buenos) vente (Aires), por el otro lado la ciudad muestra sus signos inquietantes de miseria social.
     Buenos Aires le resulta una ciudad fantasma. Ante el abandono y la soledad recorre sus calles haciendo el mismo recorrido día tras día. Como un autómata hace trayectos donde cede el protagonismo a una ciudad donde aparecen improvisadas casas arriba de las terrazas, hombres desocupados, zonas de completa oscuridad que “Traga y expulsa personas”, la basura, tesoro para los que buscan vidrio… Privaciones, pobreza a causa de la inacción… Patea las piedras de las calles mirando hacia abajo como arrastrando su angustia, su vergüenza de haber sido abandonado, su recuerdo de aquellas tardes en las que sentado en el balcón con Benavente veía la ferretería de en frente, el caballo en el baldío…
   Hace un paralelo entre el espacio interior de su departamento donde tuvieron lugar sus afectos y sufrimientos con la ciudad de Buenos Aires que parece haber sufrido el mismo abandono que él por los signos de la miseria que abunda en sus calles.
    Buenos Aires parece en total estado de remisión. Desde su balcón mira con resignación como las nuevas distribuciones urbanas evocan su pasado remoto: el campo que dio origen a las ciudades. Con las demoliciones urbanas la ciudad se pampeanizó. La ciudad se le presenta desfasada. Se expande pero al mismo tiempo se fragmenta, se dispersa. Es un reflejo de lo que él siente por su abandono.
    Desde que se fue ella y después del envío de dos cartas diciéndole que no la siga decide cruzar el río hasta  Colonia pero se arrepiente en cuanto la barcaza zarpa. Es que Barroso pasa a lo largo de la novela por distintos sentimientos: sorpresa, contrariedad, despecho al sentirse abandonado y aflicción como si al irse le hubiera sacado a la atmósfera todas sus virtudes. Hasta su hemorragia que la llevará a la muerte se debe a su ausencia.
    Al final del texto, en su agonía sus últimos pensamientos, lo que vuelve a su memoria es el espacio del conurbano, el humo de las zanjas, el caballo del baldío, los sonidos del taller de la ferretería. Todos, dice, “parecen vibrar en mi memoria”


Bibliografía: PAISAJES DE LA CRISIS, CRISIS DE LOS AFECTOS: EL AIRE DE SERGIO CHEJFEC Lanscapes of crisis, crisis of afections: Sergio Chejfec’s El aire Daniela Alcívar Bellolio. Universidad de Buenos Aires. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET 


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