"La inefable narradora" de Matilde Robustelli
Cuando era niña, en las tardes cortas
y frías del invierno pampeano, compartía horas con mis abuelos maternos
mientras mis padres, maestros, estaban en la escuela.
Al calor de la cocina de leña, hacía
mis tareas pero a la hora de la merienda, ya estaba lista para disfrutar de las
historias de mi abuela Matilde, no me las quería perder, salvo los fines de
semana que disfrutaba con amigos de juegos y encuentros en casa o en el parque.
Me encantaba escuchar sus relatos
acompañados con ese gracejo tan típico, tan andaluz, tan gracioso. Le pedía que
me tradujera constantemente y de a poco me iba apropiando de esos vocablos
nacidos al amparo de la multiculturalidad de su tierra fantástica, tan árabe,
tan gitana. Sus relatos se ambientaban en Ronda, en Cádiz, en Málaga, en
Sevilla, en los pueblos blancos, en la chispeante Jerez de la Frontera. Todo
ese mundo de campesinos, que tras sus labores en el campo, generoso de frutos,
se reunían a cantar y a compartir charlas impregnadas de historias trágicas de
toros, de amores contrariados, de injusticias de los poderosos, de los dueños
de los cortijos, del cura del lugar, las fiestas religiosas, las historias de
Alfonso XIII.
Si había algo que humedecía sus ojos era
hablar de la emigración, del momento en que fue imperioso dejar su tierra. De
la llegada a América, primero a Brasil y luego definitivamente a Argentina y un
peregrinar entre Santa Fe y La Pampa, su tierra de elección y de liberación,
adónde viajó con sus dos pequeños hijos contratada para trabajar en una
estancia, tan parecida a la Dehesa de su infancia y adolescencia. Allí encontró
el amor, se sintió plena, pese a los sacrificios y a la vida dura. Mi abuelo,
vivió enamorado de ella como el primer día y ella sintió protección y amparo.
Nacieron tres hijos, entre ellos mi
mamá.
Al crecer, noté que las historias
españolas, llegaban hasta un tiempo, así como las historias argentinas cubrían
la niñez , adolescencia y juventud de mi madre y tíos. Siempre quise a mis
cuatro tíos por igual, es más, mi tío español fue mi padrino y un consentidor
de aquellos.
Con la adolescencia, me llené de
actividades y responsabilidades hogareñas y en el colegio. De todos modos cada
semana encontraba un hueco para ir a merendar con la abuela y disfrutar de sus
graciosas narraciones, me parecía que iban creciendo en personajes y sucesos
costumbristas aunque también comenzó a incursionar en lecturas argentinas e
hispanoamericanas, le apasionaba leer el diario y hablar de política. Estuvo
muy feliz cuando elegí la carrera de Letras aunque significara en cierto modo
poner 600 kilómetros de por medio y disfrutar de meriendas literarias de cuando
en cuando, cuando los feriados largos lo posibilitaban.
Así pasaron muchos años de encuentros
breves, la vida me ubicó en otros lugares, nos escribíamos cartas y hablábamos
por teléfono hasta que sobrevino su muerte a los 90.
Años más tarde, mi mamá me alcanzó una
caja de recuerdos para que los tuviera, los atesoré pero no los abrí sino mucho
tiempo después.
Comencé a planear un viaje en el que
recorrería Andalucía, no quería perderme de conocer su pueblo: Jerez de la
Frontera. Encontré parientes que corroboraron muchos relatos y agregaron
algunos elementos de color a las historias. Recorrí su Dehesa del Salto al
cielo. Tan famosa que hasta figura como su lugar de nacimiento. Incorporé y corroboré
datos, quedaron muchos interrogantes porque sus contemporáneos ya no vivían…
Al regresar, abrí los recuerdos que me
dejara mamá, amanecí leyendo todo, sacando conclusiones y en especial
reconstruyendo su historia. Pude completar los períodos omitidos por ella y me
enorgullecí de su lucha por ser feliz, lejos de los mandatos familiares,
buscando ser, amar y vivir.
Hermoso relato y testimonio de vida,tanto de tu abuela,como de tu infancia vivida junto a ella y de tus experiencias en los posteriores viajes a sus tierras en España,muy buena narracion,atrapante.
ResponderEliminarEl oxímoron desmiente el cuerpo textual y lo que no se puede narrar es narrado. Felicitaciones. ¡Un texto pleno de vida!
ResponderEliminar