miércoles, 18 de agosto de 2021

 


"Estrellas amarillas" de Irene Gitelman


  Corría el año 1940, en Varsovia, Polonia. Dorita, de ocho años, hija de Manuel y Frida; vive en una época de encierro, de limitaciones.
 No sabe porque su madre cosió estrellas amarillas en todos los abrigos.
 No sabe porque les falta comida y no puede ir al colegio o hablar fuerte en su propia casa. Ya no tocan más el piano, ni sus hermanos el violín ni cantan.
 Siempre tuvieron lo que les gustaba: un piso muy lindo, grande, cada uno en una coqueta habitación, libros, juguetes y dulces.
  Su padre era profesor de la Universidad local y su madre concertista.
  Recuerda las cenas del shabbat, la mesa con el hermoso mantel bordado, la vajilla reluciente y el calor de las velas del candelabro, el rezo, los cantos y luego la exquisita comida hecha por su madre y abuela.
  Ahora solo escucha hablar de guerras, de gente que se iba y que a lo mejor ellos también
abandonarían el hogar, esperaban ayuda de unos amigos de América y la posibilidad de escapar. Tenían preparado un refugio para esconderse, alertas de las frenadas de vehículos en medio de la noche.
  Los días transcurrían parecidos pero cada vez escaseaba más la comida, les cortaron la luz y la leña. Era ya el invierno muy duro. Empezaba a nevar, cuanto deseo de salir al jardín a jugar
con la nieve.
 Todas las noches se dormía aferrada a su pequeña muñeca, tapándose los oídos para no escuchar los disparos.
 Ese último día, tocaron fuertemente a la puerta, casi la derriban y entraron cuatro personas muy feas con cascos, armas, gritando en un idioma que no entendía, rompiendo las cosas y preguntando por su papá. Manuel, con dignidad se vistió, colocó sus anteojos de carey, los abrazo uno a uno y le dijo a su oído, susurrando, espérame voy a volver, lo tomaron del brazo y lo arrastraron y golpearon, se lo llevaron. Mamá y mis hermanos mayores lloraban desconsoladamente y yo me uní a ellos.
 No tenía idea que vendría después. Pero a la semana vinieron por todos nosotros, nos subieron a un camión y nos llevaron al tren….
  Hoy a los ochenta y ocho años, recuerdo aun, con mucho dolor el padecimiento que sufrimos.
 Soy la única sobreviviente de la familia, la vida me compensó, pude estudiar, tener esperanzas, y ahora cuando les relato a mis nietos la historia, revivo las terribles imágenes que soporte.













No hay comentarios:

Publicar un comentario