miércoles, 18 de agosto de 2021

 


"Prudencia" de Nilda Alaimo


  Prudencia ayuda a su madre en los quehaceres de la casa. Barre el cordón de la vereda . Sabe a caldo desgrasado, a café descafeinado, a gelatina sin sabor. Se lava los dientes cuidadosamente, Se pone crema todas las noches. Tiene las uñas limpias, el escritorio donde hace sus tareas diarias ordenado.     Cumple rigurosamente con lo que la maestra le indica. Acomoda su ropa prolijamente en el ropero, pone sus medias en bolsitas y las guarda en el tercer cajón, las bufandas en el cuarto. Pero…¿dónde guarda sus sueños?
  Cocina para los amigos de sus hermanos cuando van a jugar al football los fines de semana, hace postres ricos para agasajarlos, los atiende efusivamente tratando de complacerlos. Es sentimental, tiene alma novelesca, sueña con amor y compañía.
  Pero…hay una sensación indefinida que ella tiene cada vez que los ve, una sensación que no puede precisar, que le eriza el cuerpo, que a veces no lo puede disimular cuando se siente mirada y…ella…se sonroja.
  Una sensación que le corre por todo el cuerpo y le afloja las piernas, le nubla un tanto la vista cuando alguno de ellos se le acerca y sin querer la roza.
  Lo que ocurre es que, a pesar de todos sus desvelos, a pesar de sus esfuerzos por llamar quietamente la atención, por servirles lo que más les gusta para que la aprueben, no consigue que la valoren, que valoren sus virtudes, su abnegación, su sensatez, su discreción, porque es…¡irremediablemente fea!
  Por ello guarda sus sueños y deseos incumplidos… en el primer cajón de la cómoda.







 


"Estrellas amarillas" de Irene Gitelman


  Corría el año 1940, en Varsovia, Polonia. Dorita, de ocho años, hija de Manuel y Frida; vive en una época de encierro, de limitaciones.
 No sabe porque su madre cosió estrellas amarillas en todos los abrigos.
 No sabe porque les falta comida y no puede ir al colegio o hablar fuerte en su propia casa. Ya no tocan más el piano, ni sus hermanos el violín ni cantan.
 Siempre tuvieron lo que les gustaba: un piso muy lindo, grande, cada uno en una coqueta habitación, libros, juguetes y dulces.
  Su padre era profesor de la Universidad local y su madre concertista.
  Recuerda las cenas del shabbat, la mesa con el hermoso mantel bordado, la vajilla reluciente y el calor de las velas del candelabro, el rezo, los cantos y luego la exquisita comida hecha por su madre y abuela.
  Ahora solo escucha hablar de guerras, de gente que se iba y que a lo mejor ellos también
abandonarían el hogar, esperaban ayuda de unos amigos de América y la posibilidad de escapar. Tenían preparado un refugio para esconderse, alertas de las frenadas de vehículos en medio de la noche.
  Los días transcurrían parecidos pero cada vez escaseaba más la comida, les cortaron la luz y la leña. Era ya el invierno muy duro. Empezaba a nevar, cuanto deseo de salir al jardín a jugar
con la nieve.
 Todas las noches se dormía aferrada a su pequeña muñeca, tapándose los oídos para no escuchar los disparos.
 Ese último día, tocaron fuertemente a la puerta, casi la derriban y entraron cuatro personas muy feas con cascos, armas, gritando en un idioma que no entendía, rompiendo las cosas y preguntando por su papá. Manuel, con dignidad se vistió, colocó sus anteojos de carey, los abrazo uno a uno y le dijo a su oído, susurrando, espérame voy a volver, lo tomaron del brazo y lo arrastraron y golpearon, se lo llevaron. Mamá y mis hermanos mayores lloraban desconsoladamente y yo me uní a ellos.
 No tenía idea que vendría después. Pero a la semana vinieron por todos nosotros, nos subieron a un camión y nos llevaron al tren….
  Hoy a los ochenta y ocho años, recuerdo aun, con mucho dolor el padecimiento que sufrimos.
 Soy la única sobreviviente de la familia, la vida me compensó, pude estudiar, tener esperanzas, y ahora cuando les relato a mis nietos la historia, revivo las terribles imágenes que soporte.













miércoles, 11 de agosto de 2021

 


"Las malas" de Camila Sosa Villada



 Cuando llegó a Córdoba capital para estudiar en la universidad. Camila Sosa Villada fue una noche, muerta de miedo, a espiar a las travestir del Parque Sarmiento y encontró su primer lugar de pertenencia en el mundo. Las malas es un rito de iniciación, un cuento de hadas y de terror, un retrato de grupo, un manifiesto explosivo, una visita guiada a la imaginación de su autora y una crónica distinta de todas. En su ADN convergen las dos facetas trans que más repelen y aterran a la buena sociedad: la furia travesti y la fiesta de ser travesti. En su voz literaria conviven Marguerite Duras, Wislawa Szymborska y Carson McCullers, con tonada cordobesa. Las malas es esa clase de libro que, en cuanto terminamos de leer, queremos que lo lea el mundo entero. 


Fragmento extraído del prólogo escrito por Juan Forn.