Andrés
llegó del colegio a las seis de la tarde y sofocado, tiró mochila, campera y
paraguas. Cuando partió al mediodía llovía a cántaros, pero luego, al salir el
sol y como pasa en esta época, el clima se hizo insoportable.
Asomándose a la escalera, llamó a su madre
a los gritos – mamá, llegué, me muero de hambre, quiero la leche y pan con
manteca.- Al finalizar la merienda, le susurró – sentate, quiero decirte una
cosa- No sabía cómo empezar la conversación; finalmente le dijo - el próximo
fin de semana queremos ir a pescar a Chascomús con dos compañeros-.
A cada
negativa de su madre, le rogaba con distintos argumentos para lograr su
aprobación.
A la noche, cuando llegó el papá, tuvieron
una larga charla y luego de mucho, lograron un consenso y le fue otorgado el
permiso.
Andrés tenía 17 años.
El sábado a las 7 de la mañana, partieron
rumbo a la Laguna cargando mochilas, la carpa, elementos de pesca y bolsos
llenos de casas ricas que aportó cada familia.
-¿Llevan los documentos?- -¿tienen plata suficiente?- -¿los celulares cargados?-.
Por la tarde, al no tener noticias de su
arribo, las llamadas a los distintos celulares no pararon un segundo. Por tal
motivo, los padres, enloquecidos, decidieron partir ese mismo día en el coche
de uno de ellos rumbo al sur.
Nada: fueron a la comisaría, al hospital, recorrieron calles y boliches, tampoco estaban en ningún camping. Nadie los había visto…
Fueron dos días de angustia y dolor. La incertidumbre demolía a cada familia.
El domingo a la tarde, tipo seis,
aparecieron cabisbajos, como apaleados, sin dinero, sin comida y sin un solo
pescado. ¿Qué pasó?
Finalmente confesaron: no prendieron los
celulares para que no siguieran su rastro.
“Se fueron
con tres chicas non santas a una isla del Delta”.
Por supuesto sabían lo que les esperaba, pero como dijeron después -¡lo pasamos bomba!-
Lo ocurrido con posterioridad, es algo que
quedó entre las cuatro paredes de cada casa.
Me gustó mucho. Eludir la tutela familiar es parte del crecimiento de lo adolescentes.
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