miércoles, 25 de noviembre de 2020

 


"La palabra que sana"

Hoy escribe Norma Tozzi...
                                                              
                                                         "Agostino y el mar"

   El joven italiano, en su viaje hacia América hace ya más de un año, conoció a unos paisanos que se radicarían en el sur de la provincia, más precisamente en Mar del Plata.

    Hijos y nietos de pescadores en su Italia natal, vienen contratados para lo que saben y están preparados. Agostino se radica en La Boca. Invitado a visitarlos, viaja a la ciudad portuaria y se aloja en casa de uno de ellos, de su mismo pueblo.

    Una madrugada primaveral, parten del pintoresco puerto en un barco amarillo, ícono del lugar, pero quedan cientos anclados en espera de su partida, en compañía de mansos lobos marinos. Nada hacía prever que a los pocos kilómetros de la costa, se desataría una feroz tormenta, poniendo en serio peligro a toda la tripulación.

   El navío era una cascarita en medio del oleaje…

   Agostino recordó entonces una madrugada igual, en el lejano mar de Ligure, cuando debió enfrentar una tormenta semejante, pero en una frágil barquita a remo, con la única compañía de un perro flaco que lo miraba como entendiendo.

  Bajo un cielo negro cruzado por la luz vertical de los rayos, remaba contra inmensas olas. Solo se escuchaba el rugido del mar enfurecido, y los truenos que segundos después de lo relámpagos, hacían más tétrico el momento. Era su lucha solitaria contra la furia desatada de la naturaleza, que se podía transformar en hostil en cuestión de minutos.

  Esa misma furia, también en minutos podía llevarlo nuevamente a la calma, y el cielo, rajándose en el horizonte, volver a mostrar un azul glorioso.

  Siente entonces que la barca vuelve a mecerse suavemente, los remos otra vez son dueños de las aguas y que retornará a puerto con la pesca del día.

  En eso pensaba Agostino en medio de la tormenta, tan lejos de su mar de Ligure, mientras luchaba junto a sus compañeros contra un mar que tanto puede ser amigo, como transformarse en la tumba no deseada.



miércoles, 18 de noviembre de 2020

 


"La palabra que sana"

Hoy escribe Mirta Fernández...

"Una vida"

    Cuantas historias habremos oído y leído de tantos seres que inmigraron desde Europa,  en diferentes circunstancias,  hacia nuestro hermoso país, Argentina. Venían con el corazón lleno de ilusión y esperanza. Sus mentes aún inundadas con la imagen de los seres queridos, sus ojos llenos de lágrimas, y la necesidad de que el tiempo pasara rápidamente para  volver a reencontrarse.

  La historia que tengo en mi memoria y guardo en mi corazón, es distinta, especial, es la historia de mi padre.

Lo imagino subiendo a ese enorme barco que lo traería a la Argentina, no porque él lo hubiera decidido, no, horas antes estaba parado frente a un pelotón de fusilamiento, transcurría la guerra civil española, había salido como todas las noches en busca de alimentos que tanto escaseaban, era muy joven. ¿Qué lo salva?, su documento, mi padre era nacido en Argentina, pierde a sus padres en un accidente y es llevado por sus tíos a vivir a Asturias, qué destino, nunca imagino que su regreso seria de esta manera veinte años después.

   Su travesía desde ya no fue fácil, y si a esto le agregamos que contrae fiebre amarilla en el viaje, y debe quedar tres meses internado en Francia, solo, sin conocer a nadie, tampoco el idioma, salvo la ocasional circunstancia de cruzarse con algún español la situación se agrava..

   Siempre pensé que debió tener una protección especial, o la mano de Dios que lo acompañaba.

    Él fue otro de los tantos que llegaron un día al puerto de Buenos Aires sin nada, solo con lo puesto, y se adentraron en esta tierra buscando libertad, un futuro y dejando allá lejos el horror de la guerra, el hambre y también toda su existencia , familia, amigos, la vida misma aunque en ese momento estuviera destruida por la guerra.

   Primero el trabajo fue de peón, con los años logró llegar a capataz, de la pieza alquilada a una casita en la zona sur que compartiría con el amor de su vida, mi madre.

   Pasaron los años, y la historia fue contada muchas veces por él, con orgullo y siempre con lágrimas en sus ojos. 

   Lo escuchaba con profunda admiración, cómo pudo soportar tanto desarraigo, abandonar lo que tanto amaba, su querida Asturias, y que con un comienzo tan humilde y fatigoso, llego a darnos tanto, estudio, una vida llena de satisfacciones, todo logrado con su honestidad y capacidad de trabajo.

Creo que esa generación tenía en gran valor  la palabra dada, el  honor, el sacrificio, la perseverancia, todo esto formaba su conducta hacia los demás.

   Ellos vinieron llenos de coraje, esperanza, y esos valores hoy corren por nuestras venas, nuestra querida Argentina supo acogerlos y brindarles la oportunidad de formar un hogar, una vida, una familia. Por eso y mucho más debemos estar siempre agradecidos.



miércoles, 11 de noviembre de 2020


 "La palabra que sana"

Hoy escribe Irene Gitelman...
   "Partenón"

Partenón: virgen doncella 

impresiona tu construcción

 sobre la Acrópolis ateniense.


Vigía altivo de la historia griega,

 el tiempo dejo sus cicatrices.


Las columnas nos observan

 como señoras del poder;

 firmes cuidadoras

 de mitos y leyendas.


Construida con el esfuerzo

 y heridas de esclavos.


Uno camina en silencio

 admira su arquitectura;

 oye las voces de guerreros

 y políticos discutir.


Se lleva el recuerdo

 de una época brillante.


Siente el aura

 de Palas atenea deambular.




miércoles, 4 de noviembre de 2020

 


                           "La palabra que sana"


Hoy escribe Mónica Alberti...

                                "De bibliotecas"

Mira sin ver

Siente las letras

en el aire

Los sonidos atraviesan

pluma y papel

El misterio

la pasión

el comienzo

el dialogo

y la muerte

caminan por estantes

llenos de palabras

Allí, el humano

bebe su dignidad

como Ulises, que desde el Hades

vio desligar el amor de las serpientes

y El

cabeza de tamaña factura

pasea sin ver

conociendo al tacto

montoneras de pensamientos

que inundan las salas de

Bolivar y Chile