Un rayo de luz me llevó al pasado. A la casa familiar de la calle Rivadavia, donde funcionaba el pequeño taller de hojalatería. Y allí estaban los tres…
Félix, con su eterno martillo golpeando sobre tachos, regaderas y baldes de cinc. En silencio, como siempre.
Juancito, cebando mate como todas las tardes, con su rostro tan varonil y el cabello como nieve, a pesar de su juventud.
Y estaba ella, con sus manos de seda y sus pasos silenciosos, como si tuviera alas en los pies. Juancito, dándole un mate espumoso como sabía que le gustaba, rozando su piel de seda le habló del viaje.
Un viaje al futuro montando un caballo de estrellas, ¿a la luna? Un viaje imaginado e imaginario –donde solo estaríamos vos y yo, para amarnos hasta la muerte- le dijo en un susurro casi al oído.
Fue entonces cuando Félix, que estaba doblando una chapa con su eterno martillo, de un salto y en silencio como un gato asustado, se acercó a Juancito y sin mediar palabra le destrozó la cabeza a golpes.
Con cara de espanto, la mujer dejó caer el mate y retrocediendo buscó la salida. Allí, con un grito animal, desapareció de la vista.
Félix esperó mucho tiempo quieto, no sabemos a quién, con su eterno martillo en la mano, viendo correr la sangre a sus pies.
Solo sé que otro rayo de luz me trajo al presente.
Que imaginación, muy bien relatado,y actual.
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