"La palabra que sana"
Hoy escribe Norma Tozzi...
"Decisión familiar"
El tío, del sobrino, del cuñado de mi primo, pasó por un problema de salud muy grave. De esto hace casi veinte años.
Comenzó con dolor de cabeza, sentía molestias al afeitarse, y a los pocos días supo el nombre de su mal: tenía la “culebrilla”. Le tomó el cuello y como era más bien gordito, de cara mofletuda, con la inflamación se asemejaba a un globo.
Sus allegados llamaron de inmediato al médico de la familia, un viejo campechano, en edad de jubilarse. Luego de verlo les dijo –consulten con un curandero, yo de esto, nada- tomó su maletín y se retiró.
Mientras él seguía en cama a grito pelado, decidieron hacer una reunión familiar.
Al día siguiente se juntaron en la cocina del tío. La Susana trajo bizcochitos con grasa, la Pirucha una pastafrola, y la Patricia comenzó con los mates.
Los hombres escuchaban a sus mujeres y comían. Comían y tomaban mate. Cuando querían acotar algo, las tres los hacían callar con un –ustedes no entienden nada-
Así se llegó a un acuerdo.
Llamarían a La Bergamota, (por qué Buena Mandarina le quedaba chico) famosa en el barrio por curar empachos, mal de ojos o por recetar gualichos para el amor y otras yerbas.
A la mañana siguiente la fueron a buscar con el Rastrojero del enfermo.
Entró en la casa pisando fuerte, dueña de la situación. Vestía túnica de colores, blusa fucsia, y amplios pantalones amarillos. Collar de cuentas de varias vueltas, las manos llenas de anillos y un turbante de color indefinido.
Pidió quedarse a solas para hacer su trabajo. Al retirarse media hora después, sudorosa y colorada, en su bolso había más dinero del que trajo. Eran sus abultados honorarios.
Cuando entraron al dormitorio, un grito ahogado salió de sus gargantas: tenía su cuello totalmente pintado con tinta china azul.
Se miraron entre ellos, queriendo darse ánimo –a lo mejor es un milagro y se cura-dijeron -ahora solo esperemos que no se junte la cabeza con la cola, eso sería mortal- y se retiraron en silencio para dejarlo descansar.
Era creencia popular, que si se unían las partes, la culebra causaría la muerte sin piedad…
A los dos días era tal la infección, que tuvieron que internarlo en la salita del barrio. Esta vez, gracias a los antibióticos y los médicos, el tío se salvó.
- Por suerte no se juntó la cabeza con la cola - le dijo la Pirucha a la Susana, mientras esperaban el colectivo en la esquina ventosa.
Que buen recuerdo de esas costumbres q todos alguna vez utilizamos, me encanto e l tema como lo encarastes y le supistes dar un toque gracioso,sobre los de la Susana y la Pirucha,genial Norma.
ResponderEliminarHumor y costumbrismo en una excelente combinación
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