jueves, 27 de octubre de 2022

 


Reencuentro por Nilda Alaimo

 Tarde fría. El cielo de un gris plomizo. Comencé a caminar en medio de ese sonoro silencio de los días de invierno cuando el aroma de la cafetería de la esquina me invitó a entrar. 
¡Sorpresa! Sentada en una mesa, concentrada en la lectura de un libro veo a alguien con quien compartí muchas y valiosas tardes. 
-¡Hola profe! Le dije solemnemente. Un placer encontrarte después de tanto tiempo. Aunque... ¿Aquí se pierde la noción del tiempo, no?
Nos unimos en un cálido y sentido abrazo. 
-¡Qué linda sorpresa encontrarme con una vieja alumna! Vení, sentate. Te pido un cortado así charlamos de esos inolvidables tiempos pasados. 
-¡Con todo gusto! Un cortado con medialunas puede ser... ya que no tenemos aquellos riquísimos budines que preparaban las chicas. 
-Contame que haces, te noto pensativa. ¿O seguís tan despistada como antes? como decía una de las chicas (riendo)
-Es que... si me ves pensativa es porque al verte vienen agolpados, recuerdos de esos viejos tiempos. 
De esa época, del otro lado del puente, en que nos reuníamos en tu casa en el hermoso quincho mirando al patio andaluz mientras el gatito blanco se paseaba entre las coloridas macetas de malvones. 
Y nosotras, con tu ayuda, nos introducíamos en ese mundo mágico de los libros, de la poesía, de los cuentos, dando alas a nuestra imaginación. 
-Pero... discúlpame, vos ya eras una mujer leída. Me dijiste que tus preferencias, dado tu carrera eran los ensayos, los textos de psicología, de filosofía...
-¡Justamente! Es que me abriste la cabeza hacia otros mundos. Hacia la ficción, la novela, hacia relat
os que tienen su filosofía pero no son filosóficos... 
-¡Sí! la literatura es un lugar preciado, es el lugar donde dijo alguien "se zambullen los sueños", donde se tejen las fantasías más descabelladas, los razonamientos más enigmáticos... 
-Y lo conocí con el maravilloso agregado de un grupete de lujo. Todas mujeres con sentido común, potencial creativo, alas en su imaginación y... tortas caseras. 
-¡Un lindo grupo de amigas!
-Todas admirábamos tu dedicación, el amor que ponías en tus clases, el abrir nuestras mentes a temas distintos, tu actitud respetuosa hacia nuestros errores, tu entrega a esta maravillosa profesión, "enseñar". 
-Es que la manera de compartir la aventura del conocimiento literario, de buscar la libertad interior a través de la lectura más allá de la rutina cotidiana. ¡Mil gracias por tu reconocimiento!
 Nos levantamos. Nos abrazamos y caminando lentamente, como en un sueño, penetramos en la profundidad de la nebulosa invernal. 









viernes, 21 de octubre de 2022

 


Laberinto en La Carolina (San Luis) Por Gladys Velez



“No habrá nunca una puerta”

dijo el ciego.

“Estás adentro” repetía.

“No tiene anverso ni reverso

ni externo muro ni secreto centro” 


Entonces lo miramos extasiados

de lejos…con temor

por vernos atrapados.

Buscamos con fervor

un horizonte

y la piedra

elemental y dura

nos mostró un camino.

No había secretas galerías.

Había sol y un mágico lazo

el que une a los amigos

en abrazo.

Hacia allí

nos llevaron nuestros pasos

y bebimos el vino de la vida

y brindamos

otra vez

por la poesía.







jueves, 6 de octubre de 2022

 


El intruso por Gladys Velez

  Mientras iba hacia la clínica pasaron por mi cabeza miles de casos que llegaban a la Oficina de Defensoría de la Mujer.
    Que mi amiga Julia fuera otro caso me superaba.
   El dolor que sentía y el deseo de verla me involucraban de tal manera que no podía pensar en esto con tranquilidad.
   Dejé el auto estacionado en una calle paralela a la avenida Andrés Baranda donde se encontraba el sanatorio. El viento fresco de esa tarde de fines de agosto me dio en la cara devolviéndome al mundo. Atravesé dos puertas de vidrio entre un montón de gente que iba y venía ajena a mi angustia. En el ascensor topé con mi cara en el espejo y vi con asombro que el maquillaje estaba impecable y que mi dolor no aparecía por ningún lado.
 Cuando llegué a la habitación 307 la puerta estaba entreabierta. Me asomé con cautela buscando a Julia. Allí estaba detrás de una infinidad de vendajes que le cubrían totalmente la cara. Sólo los ojos tenía descubiertos y se le iluminaron cuando me vio. Levantó la mano en señal de que entrara.
 Me acerqué a la cama pasando por delante de una mujer que no conocía.
 Le besé la mano y la apreté entre las mías.
 Estaba monstruosa, cerca de los ojos la piel violeta e hinchada se asomaba entre las vendas.
 Nos quedamos un rato así. Un largo rato en donde flotaban todas las preguntas que Julia no podía contestar.
 Entró una enfermera y nos pidió que nos retirásemos un momento.
 En el pasillo, la señora que no conocía, me dijo: —Soy Carmen la vecina del 3° B, yo la llamé. Julia tiene un anotador y una lapicera en la mesita de luz y cuando salió de la anestesia poco a poco se fue conectado con la realidad. ¡Menos mal que el suero se lo colocaron en el brazo izquierdo!
 —¿Qué pasó? Pregunté.
 —No sé, escuché gritos y un portazo, después el ruido que hace el
ascensor, que es infernal. Al rato tocaron mi timbre y oí un susurro:
 —Carmen, Carmen…Cuando abrí la puerta la vi toda ensangrentada.
Apenas la hice entrar se desmayó. Llamé a emergencias. Eso fue ayer a la mañana. Intervino la policía. El marido y el cuñado están presos. Bueno, no exactamente presos, demorados en averiguación de antecedentes.
 En un instante pasaron por mi cabeza las conversaciones que había tenido con mi amiga por teléfono.
 Hacía quince días que no la veía porque mi hija tenía varicela y como
ella cuidaba por las mañanas a un bebé temía contagiarse.
 Me contó que estaba muy nerviosa con su primer final.
 Había terminado el bachillerato de adultos el año pasado y comenzó abogacía. Iba a preparar una materia con un compañero de facultad, un tal Martín Ferris. Me lo había nombrado en otra oportunidad.  
 Le pregunté si Eduardo, su marido, lo sabía. Me dijo que sí, por supuesto.
 Eduardo era chofer de autobús en una empresa de turismo. Hacía viajes de larga distancia y estaba bastante tiempo fuera de casa. Aprobó con entusiasmo lo de su carrera.
 Le insistí sobre lo del compañero de la facu y Julia se reía. Comentó que
su cuñado Cristian era medio guardián y mientras ellos estudiaban no se apartaba del comedor con la excusa de cebarles mate.
 Cristian hacía un año que vivía con Julia y Eduardo. Se había quedado sin trabajo y no podía pagar el alquiler, por eso momentáneamente estaba
allí.
 Según lo que me dio a entender Julia no se esforzaba demasiado por conseguir un empleo y frecuentaba unas reuniones religiosas en donde se estudiaba la Biblia.
 Ella no estaba nada bien con esta situación pero Eduardo le había prometido que en el verano cuando el trabajo se complicaba iba a tratar de ponerlo de chofer.
 A ellos les iba bien. Eduardo compró con un socio una nueva unidad para transporte de pasajeros y el departamento de tres ambientes que alquilaban lo tenían apalabrado para comprarlo.
 No me entraba en la cabeza que Eduardo fuera un tipo violento. Es más, lo había visto jovial y cariñoso con Julia. Pero bueno, las intimidades de una pareja a una por más observadora que fuese…
 Salíamos con ellos. A veces venían a casa a cenar y jugábamos a las cartas. A mi hija la adoraban.
 Julia me confesó que cuando se recibiera y el departamento estuviera pago buscarían ese embarazo que tanto los ilusionaba.
 La enfermera salió de la habitación y nos dijo: —pueden pasar.
 Me acerqué nuevamente a la cama, arrimé una silla y me quedé sosteniéndole la mano. Carmen se sentó del otro lado.
 Permanecí en silencio no sé cuanto tiempo, hasta que le dije que había dejado a la nena con mi madre y debía marcharme.
 Julia señaló la mesita de luz.
 —Quiere la lapicera y el anotador. Dijo Carmen.
Se los alcancé.
 Con dificultad Julia escribió algo y me lo dio. Leí con estupor: FUE CRISTIAN.
 Mientras tanto en la cárcel Cristian se paseaba de un lado a otro leyendo en voz alta, casi a gritos.

“La angustia me oprime
Por ti, oh hermano mío, Jonatan!
Tú eras toda mi delicia:
Tu amor era para mi más precioso
Que el amor de las mujeres.”

                                                                                                                    2 Reyes, I, 26